Fatima h Quandi l
(Egipto 1958)
Traducción Esteban Moore, Buenos Aires
Fatma Quandil nació en Egipto el 27 de julio de
1958. Poeta, dramaturga, crítica literaria y traductora.
Miembro de la Unión de Escritores de Egipto
desde 1988. Obra poética: To be able to live (Poder
vivir), 1984; Curfew (Toque de queda), 1987;
Silence of a wet price of cotton (Silencio de un mojado
precio de algodón), 1995; Questions hanged like
slaughters (Preguntas suspendidas como matanzas),
2008; I am your grave witness (Soy testigo de tu tumba),
2008. En 1991 presentó la obra de teatro: The
second night after the thousand days (La segunda noche
después de los mil días). Ha publicado artículos
en diversos periódicos literarios árabes. Ha leído sus
poemas en numerosos festivales poéticos en el mundo
árabe y en Europa. Sus poemas han sido traducidos
al inglés y publicados en la Antología de Mujeres
Poetas Árabes en Massachussets en 2000; al francés
en la selección La Poesía Árabe Moderna (Paris 1999)
y al castellano en la Antología de poesía española
y egipcia contemporánea, en México,2005. Publicó
también otras obras como La segunda noche de los
mil días (Teatro, 1991, El Cairo); Intertextualidad
en la poesía egipcia de los años 70s (Crítica, 1998,
Instituto Nacional de Centros Culturales.
Asegurarse de la resistencia de nudos
o la parábola del baile y las mortajas
o la parábola del baile y las mortajas
1
Cuando te enseñan dar inyecciones y te administran morfina en pequeñas dosis,
te advierten: cada seis horas únicamente, no será que luego no tenga efecto.
Entonces, podrás sentarte impasible mientras ella grita y suplica, entrenándote
a no imaginar el dolor; sólo entonces Dios se despedirá de ti con una palmadita
en el hombro y tú Le sonreirás puesto que acaba de aceptar que ya nunca contarás
con ÉL.
2
“Un fruto que no ha caído, se pudrió en la rama”La mujer buena es mi madre. Al lavarla tuvimos que quitarle los esparadrapos:
- el de la llaga de decúbito,
- el de los tubos y
- el de la herida principal.
Pero tú lo que haces es resistir la imaginación, cuyas puertas recuperan su sitio como las puertas de los bares. Tal vez acabe de dejar parte de su carne en los esparadrapos y los gusanos se muevan tan rápidamente para cazar el primer instante de tu fija y lúdica mirada y escribir con una letra parecida a la suya confusa: ¿no quieres preguntarme –como siempre- qué hago ahora?
3
Los psicoanalistas te aconsejan cerrar los ojos y recordar los buenos
momentos. Los avispados políticos también ven el medio vaso lleno. Tú sabes que
el pánico no está unido a los recuerdos penosos sino que se les escurre para que
no lo puedas encontrar donde piensas que está. Se instala ahí, libre de la
memoria, pero es tu prisionero, prisionero de tu cuerpo y de tu ropa; es
entonces cuando te enteras de que eres una fuente de contagio, que la epidemia
se mueve si tú lo haces, se propaga con tu saliva si hablas o cuando duermes o
sueñas.
7
Madre era bajita y rellena. Yo creía –es posible que lo siga creyendo- que
los bajitos tenían menos capacidad para el sueño. De niña, cuando me cogía
in fraganti y antes de que pudiese retirar la mano contentándome con un
placer a medias, no me daba cachetadas como las otras madres, me cogía de la
mano y me decía al oído: luego, tus dedos olerán mal.Aquello no era razón para dejarlo, sino para lavarme las manos varias veces. En presencia de sus amigas se jactaba de que a su hija única le enseñaba el sexo científicamente. El hombre tiene un miembro que es como un tubo –me decía- del cual sale una semilla que cae dentro del agujero de la mujer para que nazca un niño en el vientre de la madre, así llegaste tú y llegaron tus hermanos.
Ya de mayor una vez me dijo bruscamente que estaba segura de que la orina procedía de la vagina. Pensé que bromeaba; ¿entonces, me preguntó aturdida, de dónde si no?
8
Durante su largo coma, hablo con ella y le limpio la herida, cada noche. El
médico insistió en que me pusiese guantes esterilizados cuando limpiaba la
herida, pero yo nunca lo hice. En la noche anterior a su fallecimiento, su
estado de coma era total y hermético. Presioné la herida y la escuché
quejarse.
9
Habíamos acordado –en un momento de sosiego antes de morir- que yo no bajaría
con su cuerpo a la tumba. Se mostraba esquiva, más yo la acorralé;- Vamos a discutir esta cuestión tranquilamente, te prometí que iba a estar a tu lado hasta el final y cumplí, exímeme de este paso final para que luego me pueda perdonar.
- No te preocupes, me dijo. Las mujeres no bajamos a las tumbas.
10
La mujer que lava a la difunta es una señora negra, no puso el cuerpo en
dirección a la Meca como me habían dicho. La habitación es demasiado estrecha,
justificó. Más tarde dijo la mujer del conserje al limpiar la habitación: “No
debieron tirar el agua del lavado, no se debe verterla por el suelo, tenían que
conservarla en un recipiente especial”. La encargada de lavar a la difunta le
grita a los oídos y nos parece que la difunta sonríe. Mi amiga me susurró:
“respira, le sale sangre por los oídos, los muertos no sangran”.
11
Mortajas con el color que más le gustaba.A finales del año, preguntarás a tu buena amiga que había examinado el cadáver de prisa y lloraba: ¿Estás segura de que había muerto de verdad? Y ella se reirá y te contestará: Nosotros, los médicos, detectamos la muerte en seguida.
Años más tarde reflexionarás: ¿qué iba a importar si no hubiese muerto, si hubiese sido enterrado viva? ¿acaso no había estado en coma más de un mes? ¿acaso no gritaste una tarde cuando las hormigas habían cubierto todo su cuerpo reunidas en el ágape de su sudor impregnado de glucosa sin que ella se enterase?
¿Acaso no le compraste la mortaja más cara con el último céntimo que tenías? ¿Acaso no era verde como le gustaba? ¿Acaso no pusiste su novela entre tus papeles a pesar de que nunca tuviste ánimo ni deseo de leerla?
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